La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene
—Jorge Luis Borges
Comencé preguntándome: ¿Qué es la muerte para mí?
La veo como un sueño, un descanso que tomamos para procesar experiencias y aprendizajes; el momento en que evaluamos lo que hemos aprendido y planeamos lo que aún necesitamos aprender.
Es un final y, a la vez, un paso para preparar un nuevo comienzo.
La experiencia más cercana y significativa que he vivido ha sido la muerte de mi mamá.
Poco después de que cumplí 17 años, y ella alcanzara a celebrar su cumpleaños número 51 — cumplíamos con dos semanas exactas de diferencia—, comenzó a sentirse mal.
Día tras día, el malestar se hacía más evidente. No más despedida de buenos días; no más: “Te acompaño a desayunar”, sólo un: “Perdón, no me siento bien”. Tras muchos análisis, dieron con varios tumores en su estómago e hígado. Recuerdo perfectamente haber escuchado, a lo lejos, una conversación telefónica en la que ella decía: “¿Tienes un oncólogo que me recomiendes?… Sí, es para mí”.
Toda mi vida estuve rodeada de la sombra de que “El cáncer puede volver”. No era la primera, ni la segunda, era la tercera vez que aparecía en su vida, pero esta vez afectaba órganos vitales. Mis papás acordaron no decirme lo que sucedía, pero intuía que algo andaba mal. Insistí al hablar con mi mamá que me dijera qué pasaba: “Es cáncer, hija”. Ingenuamente, pregunté: “¿Y es grave?”. A lo que respondió: “Sí, chiquita, lo es”.
Recuerdo estar en la sala de espera del hospital, rodeada de mi familia, aguantándome las ganas de llorar, después de todo, se suponía que yo no debía saber. Pero las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin que pudiera controlarlo, y así fue hasta el día siguiente, cuando lloré sin parar durante mi examen de inglés. Nunca había sacado una calificación tan baja, pero mi maestra se acercó, muy linda, a preguntarme qué pasaba. Le conté.
La inminente y contundente palabra aparecía en mi mente: muerte.
El día que entró al hospital, la primera vez, murió nuestro perrito. No fue que no me importara, pero evidentemente estaba mucho más preocupada por mi mamá, por el perrito ya no había nada más que hacer. Con un pequeño ritual lo despedimos y seguimos enfocados en mamá.
Mamá pasó semanas en el hospital. Recuerdo que, todos los días después de la escuela, la visitaba y pasaba la tarde con ella. Aprovechamos ese tiempo al máximo, estuvo lleno de conversaciones reservadas para cuando yo fuera más grande, de disculpas y de mucho amor. Extrañamente, ese año exenté todas mis materias, por lo que tuve tres largos meses de vacaciones, y así, estuve pegada a ella cada instante posible. Quería aprovechar todo el tiempo que quedara, y creo, eso me hacía sentir más segura.
Ella estaba cansada, no quería tratamientos. Me dolía su decisión, pero la entendía. Mientras ella estaba en el hospital, falleció su hermana mayor, también de cáncer. Después de ver los mil tratamientos y la calidad de vida que tuvo mi tía, mamá decidió no someterse a más tratamientos, después de todo, le habían dicho que no había remedio. Accedió a tomar quimioterapia, supongo que en el fondo ella también tenía la esperanza de que un milagro ocurriera. Había una añoranza de que algo mágico sucediera, pero no fue así.
Su salud se deterioraba cada vez más. Los dolores eran cada vez intensos y continuos, y era hora de usar morfina. Recuerdo que se enojaba mucho cuando le administraba el medicamento. “No, no, no, yo no soy de ese tipo de gente”, decía, a lo que yo respondía con un “shhhh”. Después, caía dormida.
Llegó un punto en el que dije: No puedo más, me rompe el corazón verla así, ya llévatela, Diosito. También me pidieron que fuera subiendo la dosis de morfina si veía que ya no le hacía efecto. Después de escucharla quejarse más, subí la dosis. Me dio una culpa terrible, porque ese mismo día empeoró tanto que los doctores dijeron que no había más que hacer, sólo esperar.
En su lecho de muerte, estuvimos con ella, acompañándola. Algo que me llamaba la atención era que nadie podía entenderle, sólo yo. Ella contaba una especie de relato de su vida, como si los momentos más destacables de ésta estuvieran presentes en esos instantes —los felices, los tristes y también los dolorosos—. Después, hablaba de un río, de un lugar muy bonito y de su perro, sí, el mismo que había muerto el día que la llevamos al hospital. Ella estaba feliz de verlo. Ese día más tarde, falleció.
A partir de ahí, todos los días la sentía junto a mí, pero me daba mucho miedo, sentía una presencia y también una sensación de frío, a veces también movía cosas o se sentaba en la cama. Siempre le decía: “Mamá, sé que me quieres decir algo, pero por favor dímelo en sueños, si no, me asusto”. Y así fue. Se me aparecía en sueños a mí, a mi tía y a una de sus amigas. Siempre haciendo notar su presencia, movía cosas o nos hacia travesuras. En el fondo, creo que había un profundo temor de que estas percepciones fueran producto de mi mente y estuviera volviéndome loca, eventualmente las bloquee.
Al año siguiente, unos días antes de su aniversario, me fui a vivir unos meses a Canadá. Como siempre, ocupé mi mente en estudiar para no pensar en el dolor, cosa que más tarde pagué muy caro. El día de su aniversario, fui a la escuela y al regresar a casa, me puse a escuchar música en mi iPod y empecé a pensar: ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste sola? Lloraba desconsolada. De repente, de la nada, el iPod, que estaba lejos de mí, cambió de canción y comenzó a sonar Big Girls Don’t Cry. Fue una una señal, pero la tomé tan literal, que no volví a llorar. Muchos años después comprendí el verdadero mensaje de la canción. Más adelante retomaré esta parte.
Al regresar de Canadá, entré a la carrera, pero en la primera semana de clases me pregunté: ¿Qué estoy haciendo aquí? No me gusta nada. Fui a preguntar si podía cambiarme de carrera, y me dijeron: ¿A qué carrera te gustaría cambiar? Sin pensarlo mucho, respondí: ¿Tienen un folleto con las opciones? Y así, como si estuviera eligiendo de un catálogo de cosméticos, decidí que Psicología sería mi nueva carrera. En el fondo, creo que fue un mensaje de mis guías: Este es el camino que elegiste, síguelo.
Nuevamente, enfoqué toda mi energía en la escuela para no pensar. Pero, en el momento en el que terminé la carrera, el mundo se me vino encima y tuve que enfrentar la realidad. Entre eso y que, por accidente, descubrieron que tenía un par de tumores, comenzó una temporada oscura de mi vida. Estaba muy deprimida y sin encontrarle sentido a nada. En esa época, mi mejor amiga de la carrera me dijo: “Oye, soñé con tu mamá. Me dijo que está muy preocupada por ti y que por favor te apoyara”. Me preguntó si tenía una foto de ella, porque nunca la conoció. Cuando le mostré la foto, me dijo: “¡¡Sí, era ella!!” Ambas quedamos sorprendidas, pero mamá siempre encuentra la manera de hacerme saber que está ahí.
Pasaron muchos años en los que estuve muy enojada con la situación y con todo lo que ocurrió. Mamá se aparecía en mi vida, pero cada vez menos. Mis amigas me invitaban a meditar, pero para mí era una tortura. Ahora, al verlo en retrospectiva, creo que hacía que conectara con todo ese dolor que no quería reconocer.
Hace poco más de un año terminé una relación bastante larga. Buscando respuestas sobre lo que había pasado, comencé a probar varias terapias alternativas, y en cada una de ellas mi mamá se hacía presente, dejándome un mensajito. Algo que me llamaba la atención era que, en momentos importantes de enfermedad o tristeza, siempre aparecían pájaros. Por alguna razón, pensaba: Es ella. Después de mi segunda operación, en la que de nuevo encontraron tumores, un colibrí entró en mi cuarto, y me sorprendió tanto que corrí despavorida. Cuando terminé con mi exnovio, un pájaro venía a cantar en mi ventana a las 3:00 a.m., yo me decía: A esta hora no hay pájaros, ¿Cómo puede estar cantando? De nuevo pensé que algo trataba de decirme mamá.
En otra ocasión, mientras me alineaban los chakras, la persona que lo hacía comenzó a decirme: Hay un mensaje para ti. Además de unas tiernas palabras llenas de amor, dijo: Dile que me ha visto en los pájaros. Cada canto que escuchas es el recuerdo de mi amor por ti, un amor eterno, sin condiciones. Deja de culparte, de señalarte. Todo pasó como tenía que pasar. Todos tenemos nuestro plan, aunque no siempre lo entendemos… Yo estoy bien.
Con lágrimas en los ojos y un enorme alivio, porque jamás le había confesado a nadie mi duda sobre si ella murió porque le di demasiada morfina, finalmente respiré y comprendí que estaba en otro lugar, pero que, como también dijo, vivía en mi corazón, y allí debía buscarla cuando la extrañara o la necesitara.
Siempre ha buscado la manera de hacerse presente en mi vida. En mi graduación, sonó su canción favorita, tocada con violines, tal como a ella le gustaba. Otra experiencia extraña ocurrió cuando recién terminé con mi exnovio. Un día, fui a comer con mis tíos y, al salir al jardín, empecé a escuchar la canción Big Girls Don’t Cry. Pensé: Qué raro, esta canción es bastante viejita, pero me hizo pensar en ella. Seguimos caminando y, al subirnos al coche, encendieron la radio y, de nuevo, estaba sonando esa canción. Pensé: Ok, esto no es coincidencia.
Comencé a prestar atención a la letra y, hasta entonces, dije: creo que malinterprete el mensaje la primera vez. La canción sonaba así:
I hope you know, I hope you know
That this has nothing to do with you
It's personal, myself and I
We got some straightening out to do
And I'm gonna miss you like a child misses their blanket
But I've got to get a move on with my life
It's time to be a big girl now
And big girls don't cry
Don't cry, don't cry, don't cry
The path that I'm walking, I must go alone
I must take the baby steps 'til I'm full grown, full grown
Fairytales don't always have a happy ending, do they?
And I foresee the dark ahead if I stay
En ese momento, después de 15 años, entendí que el mensaje era otro. Era una especie de despedida, pero desde un lugar amoroso, explicando que era un viaje que ella tenía que hacer y que tenía que hacerlo sola. Quizás en aquel entonces lo interpreté como: Tienes que ser fuerte y no llorar, pero ahora tiene un significado mucho más especial y profundo.
Así, integrando las experiencias y mensajes, comprendí que todo esto fue parte de un plan, uno que hicimos de antaño, que por algo así lo decidimos, aún no logro comprenderlo con exactitud, pero el lazo y el amor siguen presentes a cada instante. Hace unos meses, en una lectura con una astróloga que canaliza vidas pasadas, mamá se presentó y dijo: No te preocupes por mí, estoy bien. Perdóname por no haberte enseñado a quererte a ti misma y a respetarte; yo tampoco lo sabía. Pero estoy muy orgullosa de ti porque lo aprendiste sola.
Nuevamente, las lágrimas brotaron. También dijo que no había podido completar la lección en esta vida y que tendría que repetirla. Que ya había vuelto a la Tierra, con Plutón bajo el signo de Capricornio (enero 2008- enero 2024), y que era una niña. Tras pensar si había niñas nacidas dentro de este periodo en mi entorno cercano, ésta interrumpió mi pensamiento y me dijo que no estaba en mi familia.
Fue una mezcla de alegría y tristeza saber que está por aquí, pero no saber dónde. Y surge la duda: ¿Nos volveremos a encontrar en esta vida?
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